27 septiembre 2018

Constancia


¿Hace cuánto no escribo? Harto tiempo. Empecé a dibujar en vez de escribir, tal vez por el temor irracional que desarrollé hacia el acto de escribir. Muy serio, muy solemne, muy adulto, y me refugié todo éste tiempo en pequeños dibujos. Hoy día me acerco momentáneamente  a las letras. Hace un momento estaba haciendo la lista de posibles nombres para una idea que tengo, un proyecto personal, algo que siempre quise hacer pero que hasta ahora no había encontrado las ganas suficientes, el tiempo, el valor, o lo que sea que se necesite para sacar adelante un sueño. Mientras organizaba mis ideas pensé: esto debo registrarlo. Éste momento tengo que recordarlo. Y aquí estoy haciendo un registro escrito de éste instante que nadie más ve, que nadie más siente ni presencia, el instante en que mi corazón late fuerte mientras sonrío con mis ideas. Sería un sueño más, sino fuera porque hace tiempo no sueño. Algo incipiente está creciendo en mí y me alegra, y lo escribo para que quede como constancia, porque mi memoria interna ya está llena y se me olvidan las cosas.


Me doy cuenta, por ciertas situaciones y conversaciones,  que para muchos  estoy estancada, a la deriva, sin norte, sin sur, sin rumbo, y lo curioso es que me siento mejor nunca, más fuerte que antes por lo menos, que es bastante. Me apena que no se perciba, me gustaría que lo sientan tanto como yo, que estén tranquilos al respecto, pero no sé, supongo que no puedo meterme en sus mentes y depositar una idea, así que tendré que avanzar aunque les genere suspicacia mi manera de llevar las cosas. Creo que a muchos les molesta que una no sea la novia de alguien, mamá de alguien, alumna de alguien, empleada de alguien, nuera de alguien. Las ansias de libertad tienen un olor muy particular, y para algunos huele mal, apesta. Yo estoy tratando de vivir con eso, de aceptarlo, de liberarme del miedo al rechazo por no ser quien esperan que sea, difícil tarea, es tan bonito ser querida por todos, pero es tanto trabajo, tantas renuncias, tanta mutilación. No volvería allí ni por todo el oro del mundo. Me atrevo a decir que la mutilación es más dolorosa que la marginación. En la marginación por lo menos me tengo a mi misma entera y me hago compañía, en mis rarezas, en mis malas y buenas manías, en mis partes bellas y mis partes monstruosas, soy yo , sola pero completa. En cambio lo otro, lo de pertenecer a algo o a alguien, lo de ser parte a cambio de encajar por la fuerza, no gracias. He estado allí y no regresaría. 

En éste lado de la vereda no es que sea fácil, no es que no duela, no es que no tiren piedras, no, pero estamos aquí, y de alguna manera se es feliz. Se aprende a ser feliz con todo y todo, o con nada. Confío en que cada vez seamos más por aquí, porque no es fácil, porque duele y asusta, porque el camino es árido, pero si somos más, si cada día viene alguien más, si nos damos la mano, sería mejor. Sin importar la edad, desde la más pequeña , la que está por irse, la que siempre estuvo, la que siempre estará, la que ya anduvo, la que regresó, la acaba de llegar, todas. Sueño con eso, cuando cierro mis ojos, sueño con mujeres caminando en libertad, por la vida, por las calles, por las montañas, en cualquier lugar en paz. Tan simple como eso, felices sin que nadie joda.