Tal vez sea el 25, día con licencia
social para dormir hasta tarde, pero que por esas paradojas de la vida a uno, que lucha todo el año con el
despertador, se le da por despertar a las
6 de la mañana gracias al sonido lejano pero constante de una musiquita navideña que alguien olvidó
desenchufar.
Tal vez sea ese día, cuando te
levantas y observas la sala, los papeles de regalo, el comedor, la cocina, los
platos, las fuentes, los vasos vacíos, las botellas de vino, las gaseosas sin
refrigerar, los tres panetones abiertos a
medio comer, la lata de durazno sin
duraznos pero con almíbar, las cosas que fueron importantes y que hoy flotan negándose a ser parte del ayer.
Pero no importa como luzcas en ese
pijama improvisado con algún polo recién obsequiado, no importa si no tienes
ganas de sonreír mientras piensas "ojalá diciembre fuese un mes más tranquilo y menos esclavo de sus ansias" ni tu mutismo acinético cuando masticas preguntándote “¿por
qué será tan rica la comida navideña calentada?” No importa nada , porque tal vez sea ese día y no otro,
y ese momento específico de la mañana y no otro, sino el único y verdadero instante
de paz y lucidez que se puede vivir en todo
el mes de diciembre porque los momentos
más gratos son los que toleran el silencio, la soledad, la calma y la complicidad con el tiempo.
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